Cuento sin sentido

23 abril, 2010

El robo, la tristeza

Nunca pensé que con cosas robadas se podía hacer tanto… aquel delfín climático  detrás de la vidriera, que parecía ser tan insignificante,  me llevaba a imaginar que era  la solución a mi tristeza. Cuando lo vi, solo era un pedazo de plástico duro y colorido, pero por alguna razón llamaba mi atención.

Todos aquellos que  paraban a observarlo exclamaban. – ¡Qué  caros están! En ese momento entendía que con el dinero que tenía no podría pagarlo. Comencé a imaginar de qué manera obtenerlo.

Lentamente una ocurrencia asomó por mi cabeza. El robo era inminente, presentía que no podría evitarlo y fue allí que arranqué con el plan “Sustracción Del Delfín Climático.”

Debo reconocer que nunca hubiese imaginado un plan así, pero aquel objeto lo era todo, me atrapaba. De repente podía verme como hipnotizado pensando en él, viéndolo cambiar  su color con la lluvia caer y regalándome esa adrenalina interior que sentía al verlo.

Fue así que una tarde decidí hacerlo, no soportaba más, todo estaba pensado. Entré lentamente con cara de buen tipo, disimulé mis nervios con poca evidencia, transpiraba, el tiempo se aplomaba sobre el reloj y cada segundo que pasaba era como una tortura sobre la nuca. Caminé unos pasos, allí estaba. Lo tomé y corrí. Alguien me vio, solo huí. Podía sentir personas siguiéndome, corría, sin saber a dónde. Luego me escondí tras una pared que daba a un baldío, apretaba fuerte el delfín. Recuerdo haberlos visto, me encontraron, su mano en mi rostro, despertar en la celda.

No podía entenderlo, aquel adorno me había dejado demorado solo, en esa sala fria y oscura. De repente era mi perdición. Lo odié profundamente, pero en el fondo aun quedaba un destello de esa felicidad que había sentido al tenerlo conmigo.

En ese repugnante lugar mi cabeza estallaba, y las horas cansinas vomitaban su silencio. Supe que saldría en poco tiempo, pero aquel vacío que tenía, en realidad nunca se había ido. La confusión ya era parte de mí  y el delfìn en mi bolsillo muerto en mil pedazos. Esa felicidad efímera me mostró que debía cambiar porque aunque pareció la solución, solo fue eso, efímera.  Entendí que aquel objeto no era tan especial como creía, era plástico, era deseo,  era inerte. Mi felicidad no estaba allí.

Los días pasaron y la espera maduraba el pensamiento. Hace tanto no sentía un abrazo sobre los hombros. Ese día  creí encontrar lo que  ocultaba mi deseo material, necesitaba una dosis de calor humano para tanto frìo en soledad.

Al fin salí de la celda. El mundo era el mismo, yo no.

Marcelo Moreira